Todos recordamos aquella (en algunos casos tormentosa) etapa
de cambios en los que pasamos de ser niños a ser…no tan niños. Sufrimos una
serie de cambios hormonales, cognitivos y comportamentales increíbles. Y claro,
todo esto afectó a la manera en la que nos relacionábamos con nuestros amigos
y, sobre todo, con nuestros padres. Pobres padres, pasan de tener a su adorable
hijo a una máquina insaciable de discutir. Pero… ¿realmente es tan malo
discutir? En esta entrada vamos a intentar comprender un poco más a los
adolescentes y reflexionaremos sobre las consecuencias que tendrán los conflictos.
Durante esta fase, se producen una serie de cambios en el
adolescente y en los padres que hará que las relaciones familiares cambien,
como por ejemplo:
·
Su desarrollo a nivel cognitivo le llevará a ser
más crítico con las normas y a desafiar a la autoridad.
·
La desidealización de los padres. El niño que
antes pensaba que sus padres eran perfectos, ahora ve que son personas normales
con sus fallos y sus virtudes.
·
Los estados emocionales del adolescente también
van a influir. El aumento también del deseo y de la actividad sexual puede
inclinar a que los padres se muestren más restrictivos y controladores.
·
El aumento del tiempo que pasa con sus amigos
favorecerá a que el adolescente experimente relaciones más simétricas o
igualitarias con la toma de decisiones compartidas y que les llevará a querer
un tipo de relación parecida en su familia.
·
Las expectativas de los padres sobre la forma de
comportarse de su hijo también influirá, de modo que si estas expectativas se
ven violadas con frecuencia surgirán más conflictos y malestar emocional.
·
La confluencia con la “crisis de los 40” de los
padres, que es un momento difícil y con cambios importantes para ellos.
Es cierto que en al principio de la adolescencia aparecerán conflictos entre padres e hijos, pero en la mayoría de estas familias, si la relación anterior era afectuosa, lo seguirá siendo después. Estos conflictos tenderán a aumentar al comienzo de la pubertad pero irán disminuyendo progresivamente a media que el adolescente vaya creciendo. Pero lo que no sabemos, es que estos conflictos son beneficiosos, ya que favorece a:
·
La individualización del adolescente y a la construcción de su identidad. Fomenta su
autonomía, la formación de su punto de vista, estimula su desarrollo cognitivo
y su capacidad para adoptar puntos de vista diferentes.
·
La reestructuración de la familia y a una
renegociación de roles y expectativas que tendrá en cuenta las nuevas
necesidades del adolescente.
Como hemos visto, los conflictos entre los adolescentes y
su familia tienen muchísimas funciones positivas, de hecho, lo negativo sería
que no hubiese ninguno (señal de que el adolescente es sumiso). Pero claro,
¿cómo resolverlas? Próximamente hablaremos de cuáles son las estrategias de
resolución más efectivas.
Mientras tanto, ¿seguís pensando que las discusiones entre padres
y adolescentes son tan negativas?
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